viernes, 22 de diciembre de 2006

De peines y cabellos (Diario de un negro despertar)

Por el camino, mi padre se maquilló como de costumbre, y se colocó su mascara de cuero con broches. Yo hice lo mismo.

Aprendí a confeccionarme una con los cueros cabelludos que le sobraban a mamá en su atelier. Siempre le pedía a papá que le llevara los más rubios, por eso papá siempre rondaba por las escuelas de ricos, ahí abundaban.

Pero yo usé los de negritos y mexicanos, porque esos no le gustaban a mamá y siempre terminaba haciendo billeteras que luego los vendía en la feria.
A pesar de todo –y el lodo- junto con mi padre logramos subir hasta el bosque y llevarnos los veintitrés.

Por el camino deslicé la posibilidad de dejar ir alguno si despertaba. Pero mi padre me lanzó la mirada mas pertubardora desde que tengo uso de razón. Solo callé.

Ya en la colina, dejamos el carro a un lado y corrimos la pesada tapa de maderos que yacía sobre “la boca”, llamado así por estar justo en medio de una pequeña depresión que hacia que parezcan labios.
Agarré al primero, y le corté los miembros por las articulaciones, como me había enseñado papi. Luego, con un mazo, mi papá partió los troncos y cráneos, y sacó el cuero cabelludo de cada uno.

De vez en cuando, había alguno que se despertaba, y cuando sucedía eso, todos al mismo tiempo lo hacían. Ahí comenzaba lo divertido. Papi machacaba con su mazo a diestra y siniestra, las rodillas y codos. Mientras mas gritaban, más fuerte les daba.

Pero como yo no tenía tanta fuerza, me fabriqué una horqueta grande de madera donde hacía pasar los brazos o piernas, y con un pequeño movimiento de palanca, destrozaba limpiamente los tendones y huesos

Siempre envidié a papá su fuerza, a mi me costaba horrores poder quebrar una articulación, a pesar de ser de niños de 2 o 3 años.

Mamá siempre miraba -no le gustaba interrumpir el momento de padre/hijo- mientras aprendiamos a trabajar en equipo.

Recuerdo cuando se largó a llorar el día que rompí el hueso de mi primer muñeco.

Porque para mí, eran solo muñecos, seres sin vida que mi papi recolectaba para nuestro día de padre/hijo especiales.

Era un niño de unos dos años de edad, de una familia muy ricachona. Muy rubio y de ojos azules. Quebré su fémur por la mitad y le arranqué su cuero cabelludo casi en limpio con la ayuda de un cuchillo frutero y unas pinzas que me ayudaron a despegarlo de su cráneo.

Tiempo despues, al estudiar un poco más sobre el tema, supe que eso dolía muchisimo, pues la gran cantidad de vasos y terminaciones nerviosas de los capilares en esa zona en particular, hacían que la persona sintiera un dolor neurálgico superior a la enecima potencia en la escala Macri.

Mi madre, emocionada al recibir ese cuero tan bello, se puso a sollozar y a restregarselo por los pechos, ahora desnudos. Mi padre también lloró, y ese día dejamos de trabajar para amarnos sobre la tapa de la fosa en hermosa y orgiástica fiesta familiar.

Papá -en un ritual muy privado y familiar degeneraciones anteriores- vació un cráneo y luego mezcló orina y sangre, junto con flujo de mamá. Esa receta, aún hoy día es vital para nuestra familia, quienes lo bebemos todos los 23 de octubre junto a la ceremonia que tanto amor y unión a creado en este clan.

Claro que no todos en la familia siempre estuvieron de acuerdo; y es de vital importancia esta introducción para que sepan porqué a las ovejas negras, hay que blanquearlas cuando se nos descarrilan...

(Continuará)


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