viernes, 22 de diciembre de 2006

Relatillo

Por Raalej

Desde siempre me intrigó el dolor.

A la edad de cinco años, ya andaba provocándomelo.De alguna manera, las muecas que hacía al retorcerme, me daban placer.

Pero el tiempo pasó, y mi dolor ya no era suficiente. Un instinto natural, hacia que me detenga, aunque el placer era inmenso, mi cerebro no estaba educado y el dolor en algún momento se limitaba.

Sin querer, cierto día que ya no recuerdo; vi cruzar un perro por la avenida, cuando como por envío de fuerzas externas a lo humano, me mostraron una revelación.

Ver como aullaba ese animal, desesperado porque sus caderas estaban aplastadas contra el piso, motivó en mi una excitación que ni la mujer mas bella, ni las obras de arte mas preciadas, ni siquiera los incunables literarios que en mi biblioteca habitaban podía darme.

Ese día supe como serían los demás.

Fui hasta casa, tomé al gato, y lo até con cinta pack contra la mesada de la cocina. Procuré que sus patitas no se movieran y lo encinte por la cintura, las patas y el cogote, tratando de no ahogarlo.
Procedí a rociarlo con agua hirviendo. Solo un poco, pues demasiado podía matarlo rápidamente. Sentí un cosquilleo en la entrepierna inmediatamente...pero no era suficiente.

Le vacié los ojos con una cuchara, y luego desmembré sus extremidades lentamente. Hice torniquetes en cada muñón para que no se desangrara, y como frutilla lo desollé.

Al instante mismo de quitar la piel de sus orejas, nariz y lomo, una electricidad recorrió mi espinazo y se posó orgásmicamente en mis genitales...

¡Era el sumun!. Lo máximo.

Pero luego no me bastó.

Destripé perros, herví conejos vivos, destapé tortugas y tatu mulitas; cierta vez, introduje un poste de luz en el ano de una vaca; de forma muy lenta y precisa, hasta que reventó por dentro y la hemorragia cubrió toda la depresión del monte donde había consumado el hecho; me dormí en ese charco de sangre, barro, tripas y estiércol, lo hice desnudo, esperando que sus fluidos, me dieran el placer orgiástico que siempre resultaba de estos "regalos" que me hacía.

Pero no pasó nada.

Soledad, una inmensa soledad y un vacío gigante, llenaron -vaya ironía- mi copa.

Y fue cuando vi a Maria Eugenia.
Tierna, inocente, me observaba en el lecho de amor que había creado con esa vaca. Tierna, inocente, como esa vaca. Quieta, inocente y sumisa, como la vaca.
Vaca y mujer; nena y divinidad para ser tomada.
¿O solo Dios tiene derecho a recibir sacrificios? ¿No estamos hechos a imagen y semejanza? ¿Porque nos han prohibido recibir ese éxtasis celestial?.

Carne y energía se entremezclan. Carne, sangre y energía; trinidad espacial dispuesta por Lo Natural. Orden de sangre, músculos, fluidos y naturaleza. Todo fundido en uno.

Me faltaba Maria Eugenia.

Tomé sus manitas suavemente. Hermosa imagen, divina imagen. Un hombre desnudo, cubierto de las esencias de la creación. Sangre, carne, tierra. Fluidos de toda índole, mezclándose como en el Génesis. Creando. Dando vida.

Desnudo como estaba, bañado en esa aparente mugre para los ojos profanos. Pero no para ella, que era todo inocencia. Ella me veía como lo que soy. Un hombre en busca de la integración con su Yo y el Yo de los demás. Un hombre que solo quería integrarse con ella. Un hombre, después de todo, que solo buscaba la eternidad.

Un hombre.

Un ser.

-Polvo al polvo- dije

-¿Papa?- balbuceó.

Polvo al polvo amorcito...polvo al polvo...

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